Cuento de Navidad

Cuando entra al bar ve las telarañas del olvido hacer ganchillo en el frío cuerpo de las botellas de vino en la combada alacena. Abismada la mirada en los techos altos, inalcanzables, regresa a la barra de marmol con platos de croquetas, morcilla frita y empanadillas. Ordena media tabla de quesos y un ribera. Bebe y come y piensa que ese maridaje le deja muy cerca del bienestar: el hermano prosaico de la felicidad. Avanza hacia el salón, algarabía de voces lo envuelve, alza los ojos, los frota, pues ha de ser una ensoñacion aquel piano, también la joven que parece tocarlo, las manos sobre las teclas, acariciándolas. Pero no oye ninguna nota por encima de las voces, quizás toque en playback. Regresa a la espiritosa bebida, al regusto picante del picón en la lengua, del ahumado, del queso de nata. Paga la cuenta. Baja la cuesta. Ni rastro de nieve. Invierno de chichinabo. La ficción de las luces de los renos aéreos. Llega a la plaza. Lee el nombre. Pombo. Siente El temblor del héroe.

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