Vida plena

Escucho la misa de difuntos ubicado en uno de los bancos del coro. Algunos rayos se cuelan por las vidrieras y doran los barrotes. Al fondo, delante del altar, el cura habla del infinito amor que Dios nos profesa, de la vida eterna. Y pienso en voz baja si la fe será capaz de reconfortar a la madre que ha perdido a su hijo de cincuenta y cinco años cuando vuelva a su casa. O a la mujer que ha perdido a su esposo. O a los hijos que han perdido a su padre. Pienso en una ausencia irreparable y mitigada, no sé en qué medida, ni de que manera, por la fe. Y poco antes de acabar la ceremonia, una mujer se dirige al lado del altar para decir unas palabras, entrecortadas, rotas por el dolor de la muerte y la ausencia y el vacío físico, pero poco a poco esa voz va cogiendo fuerza y consistencia, y es capaz de revelarnos una verdad que va mucho más allá de creer o no, porque habla de que el muerto ha tenido una buena vida, una vida plena, y que ha sido feliz. A eso hay que aferrarse, a esa verdad. Una vida plena. Una vida vivida. Lo dijo antes Séneca. Lo escucho hoy en una iglesia y lloro al escribirlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Del abismo al extravío

Notas de viaje

El equilibrio es imposible