La electricidad
Al abandonar el pueblo de Navarrete toman el camino de tierra. Pelotón menudo, pierde efectivos al estirarse. El último de ellos va a la cola moviendo la cabeza, haciendo zigzag o negándose, las piernas bloques de cemento, el oxígeno, insuficiente, entra como por una pajita en los pulmones, el sol trabajándolos con ganas ¿confiriendo matices dorados al polvo? No.
Es tanto el esfuerzo que no hay cielo, solo camino.
La noria de la rueda y sus radios.
El diámetro de un sufrimiento incontable.
Levanta la cabeza levemente para
tomarle el pulso a la cuesta, buscando la cima, el punto de inflexión del
calvario. Demasiado lejos. Inalcanzable.
Oye un ruido, sin identificar.
Sonido leve
Monocorde.
No suena como una cosechadora, ni como un tractor, moto o patinete. Suena como una bici, pero no tiene fuerzas para girarse la cabeza porque se iría al suelo. Sigue cosida la mirada al firme terroso.
A su altura ve a una mujer con casco, pedaleando sin esfuerzo, Hi, dice
Ella flota sobre la bici
leve como una ensoñación
fugaz como un espejismo.
En breves segundos lo rebasa, se aleja, lo ultima.
Envidia, jadeante, el poderío de las bicicletas eléctricas.