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Mostrando entradas de mayo, 2022

No-cosas

  Leo no-cosas de Byung - Chul Han y pienso en los años de mi mocedad, cuando trajinaba con el walkman, el discman, el tocadiscos, los casetes, las cintas de vídeo, los vinilos, los libros. Observaba las portadas, copiaba las letras, grababa canciones de la radio, registraba los episodios de Doctor en Alaska o de Aquellos maravillosos años en videocasetes. Llamaba desde las cabinas para conversar. No existían los audios, que fragmentan y difieren la “conversación” y que deja de serlo como tal. Aquellos objetos de mi adolescencia han sido desplazados o se han vuelto innecesarios con el streaming , con aplicaciones como spotify , con los libros electrónicos. Describe muy bien todo esto Byung - Chul Han en su ensayo, cómo las cosas se convierten en no-cosas devoradas por lo virtual, porque la digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo. Todos aquellos objetos eran un contenedor de nuestra experiencia y nuestros recuerdos. Recuerdo cuándo compré los vinilos, lo que me deparó s

Los enanos

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  Concha Alós, merecedora del premio Planeta en 1962, por la novela Los enanos. Leo: Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse. Los enanos viven como pensionados, nada sobra y todo falta, mientras se suceden las escenas costumbristas, bajo el régimen franquista, sin apenas recursos y sobreviviendo a duras penas. Ellas preservando el honor, ellos mancillándolo. A quel código. Mundo binario. Mundo pasado, pasado mudo, pero no periclitado. La voz de los desfavorecidos como materia prima. La ominosa y mugrienta realidad ahoga y ultima a ratas y personas. La novela fue adaptada para la televisión. La serie está dispuesta en RTVE

El gran silencio

  Al levantar la hoja, del tamaño de una mano, vio un buen número de hormigas. Comenzaron a moverse como en una película de cine mudo. No sabía si estaban teniendo sexo o ganándose el sustento diario, pero su actividad era febril y fabril, como en las primeras películas, de cine mudo. Dejó la hoja en su lugar, a ras de suelo, y desaparecieron de su vista las hormigas. Luego, pisó la hoja con todo su peso, unos noventa kilos. Después del holocausto, el silencio. Mudo quedé con la escena, de cine gore.

Pánico

  Como cada sábado fui con mi hija pequeña a la perrera. Le encantan los perros. A mí no, pero hay que hacer concesiones. Un perro en propiedad no, ir a la perrera sí. Un punto intermedio. Un perro en alquiler. El coste del apadrinamiento. Hacía muchísimo calor, era mayo, y no habían dado las once. Un buen número de coches ocupaban los márgenes de tierra próximos a la perrera. El ruido era ensordecedor. Nuestro perro, el que teníamos apadrinado, tiraba de nosotros, de la correa que nos intercambiábamos con el ímpetu con el que un reno tiraría de un trineo. Su hocico iba olisqueando todo, todo su escuálido cuerpo convertido en un sentido: el olfato. Olía y comía hierba. Nos miramos asombrados y sin resuello, paseados como íbamos por el perro, que era perra. Paramos bajo un árbol buscando una sombra voluptuosa y la perra seguía comiendo hasta que comenzó a toser. No digo que se pusiera blanca, porque su lomo ya era blanco y negro, pero algo no encajaba. Mi hija me miró muerta de miedo. ¿