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El teatro de los sueños

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  Los pasos te arrastran por la ciudad, sin retener el nombre de las calles ni las plazas, bajo el ceniciento cielo. Parece que alguien tirase de ti, pero no sabes hacia dónde. En la parada esperas sudoroso el tranvía que no acaba de llegar. Quieres ver la masa de agua mansa que se desliza bajo el puente. Tranquilo observas el Nervión y sigues tu camino, ajeno a la ciudad que tanto te desconoce. Has oído hablar del Teatro de los sueños. Ahora, con el estadio a un lado y el mural al otro, bostezas alimentando el cansancio infinito e irresoluble.

Disciplente comensal

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  La ensalada a medio comer, los langostinos mordisqueados en el plato mientras va y viene el camarero incapaz de mantener diálogo alguno; el comensal la mirada en el móvil, al hacer la comanda y entre plato y plato; a la hora de pagar una buena estirada para espantar el tedio de comer en un restaurante al que habrá acudido voluntariamente para exhibir en él su indiferencia y mala educación porque no se acude a un cine para leer un libro o a un museo para comer patatas fritas pero ¿sí? a un restaurante a mirar la pantalla todo el tiempo. 

Let me in

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  Impregnado por el verde frescor en Ribavellosa, de paseo bajo la salutífera sombra de hayedos, encinas, robles, castaños y tilos inmortales, y luego en cuclillas en el escrutinio de las deposiciones ¿zorro o garduña?, caminas ahora por Torrecilla; paridora de Práxedes Sagasta. Vas sin rumbo fijo: rayuela de terrazas hasta dar con un inmueble que te atrapa. Alzas el cuello y aplaudes ante la espigada casa Solé. Palpas los sillares propios de un castillo, buscas el sol en el reloj, el traqueteo en las repisas ventaneras. El eco de La persistencia de la memoria en las ventanas. Let me in .

Desapariciones

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    Míralas bien ahora que están de una pieza y antes de convertirse en otra cosa, en amasijo de hierros, en cuadro demediado, en algo irreconocible sin manillar, ni ruedas; sin la firmeza del sillín. Mírate una vez más en el espejito y ofrece una despedida, porque nada podrán hacer por ellas los candados, las distraídas miradas de los viandantes cuando salgas del Bodegón y te golpee la ausencia, el vacío inerte. Entonces la mirada perdida, el porqué extraviado en la garganta temeroso de salir. Míralas bien, porque como el juego del prestidigitador, ahora las ves y luego no las ves.