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El silencio del arquero

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     Lo que parecía un cuerno en la distancia resultó ser un arco y un arquero sembrado en la tierra con la mirada vacía pero fija ¿hacia dónde? No te sorprende la ausencia de aljaba, cuerda y flecha; acaso ya salió disparada. Entonces qué ¿un desangelado Cupido soterrado? Lo dudas y fantaseas con un viaje en el tiempo, una fisura temporal, un ser mitológico, un ingenuo deportista de élite que buscando el dorado del medallero tuvo la peregrina idea de querer participar en los Juegos Olímpicos de París y acabó varado entre flores y arbustos en un coqueto parque de Montauban. 

Let me in

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  Impregnado por el verde frescor en Ribavellosa, de paseo bajo la salutífera sombra de hayedos, encinas, robles, castaños y tilos inmortales, y luego en cuclillas en el escrutinio de las deposiciones ¿zorro o garduña?, caminas ahora por Torrecilla; paridora de Práxedes Sagasta. Vas sin rumbo fijo: rayuela de terrazas hasta dar con un inmueble que te atrapa. Alzas el cuello y aplaudes ante la espigada casa Solé. Palpas los sillares propios de un castillo, buscas el sol en el reloj, el traqueteo en las repisas ventaneras. El eco de La persistencia de la memoria en las ventanas. Let me in .

Desapariciones

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    Míralas bien ahora que están de una pieza y antes de convertirse en otra cosa, en amasijo de hierros, en cuadro demediado, en algo irreconocible sin manillar, ni ruedas; sin la firmeza del sillín. Mírate una vez más en el espejito y ofrece una despedida, porque nada podrán hacer por ellas los candados, las distraídas miradas de los viandantes cuando salgas del Bodegón y te golpee la ausencia, el vacío inerte. Entonces la mirada perdida, el porqué extraviado en la garganta temeroso de salir. Míralas bien, porque como el juego del prestidigitador, ahora las ves y luego no las ves.