Coches aparcados encima de las aceras, en doble fila, en triple fila, en las plazas destinadas a los discapacitados sin serlo, y en las plazas cebreadas anejas a estas, en los carriles bici, sobre los pasos de cebra, y cómo no, coches ocupando el sitio destinado a los ciclomotores. Esto, amigos, es el Lejano Oeste, el paraíso del conductor irredento en su incivismo, ese bendito lugar donde cada cual hace lo que le sale de las narices sin atender a las señales de tráfico, sin importarle un pimiento el prójimo, ya sea discapacitado, ciclista, peatón o un igual: otro conductor.