Está sentado a la izquierda de la madre y a la derecha del padre, en un recinto con nueve mil almas más. Disfrutan de la contundencia sonora del grupo. Han venido a ver a Extremoduro, los padres. A ver a Roberto, él. Pero en el escenario, sobre el púlpito, el Padre es el Hijo y la música es liturgia y oblea, pan de Vida y Resurrección de los recuerdos. Por eso, cuando suene Ama, ama, ama y ensancha el alma, los tres se fundirán en un abrazo, los tres desgañitándose y agitados, los tres felices en perfecta comunión. Ese Misterio.
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