Está sentado a la izquierda de la madre y a la derecha del padre, en un recinto con nueve mil almas más. Disfrutan de la contundencia sonora del grupo. Han venido a ver a Extremoduro, los padres. A ver a Roberto, él. Pero en el escenario, sobre el púlpito, el Padre es el Hijo y la música es liturgia y oblea, pan de Vida y Resurrección de los recuerdos. Por eso, cuando suene Ama, ama, ama y ensancha el alma, los tres se fundirán en un abrazo, los tres desgañitándose y agitados, los tres felices en perfecta comunión. Ese Misterio.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.