En la mano una hoja y en la hoja una poesía, social, añade como si el epíteto fuera material inflamable o algo inestable a punto de estallar. Y lee. Lo hace de forma apresurada como si las palabras abrasaran el cielo del paladar. Finaliza, y dice que lo ha escrito ella son sus pensamientos sus palabras. Lo dice orgullosa de sí misma. Ya no reproduce, ahora crea. La poesía es corriente y valiosa, porque el padre sabe que la cuenta atrás para la detonación de la adolescencia de su hija ha comenzado en ese precioso instante.