Sigo los pasos firmes en la
escritura de Adriana Bañares, las huellas en la arena que la marea barre, al
compás de la pleamar. Gocé con Recaya y constato ahora que la herida de la
escritura sigue abierta, supurando. La hija ahora es madre y el eterno retorno
es la marea batiendo contra el corazón, al vaivén de los recuerdos, las
emociones siempre a flor de piel. La escritura es territorio fértil, abonado a
las confesiones. Adriana despliega su identidad, en el territorio precario
ubicado entre el pasado y futuro, al que llamamos ahora y que siempre está de
paso.