Los pasos te arrastran por la
ciudad, sin retener el nombre de las calles ni las plazas, bajo el ceniciento
cielo. Parece que alguien tirase de ti, pero no sabes hacia dónde. En la parada
esperas sudoroso el tranvía que no acaba de llegar. Quieres ver la masa de agua
mansa que se desliza bajo el puente. Tranquilo observas el Nervión y sigues tu camino,
ajeno a la ciudad que tanto te desconoce. Has oído hablar del Teatro de los
sueños. Ahora, con el estadio a un lado y el mural al otro, bostezas alimentando
el cansancio infinito e irresoluble.
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