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Desatención

 Al contacto sintió un escalofrío, pues no dejaba de ser un desconocido. El bar fue el punto de encuentro. Antes ella había puesto un anuncio por palabras en el periódico local. BUSCO HOMBRE QUE ABORREZCA EL MÓVIL. Sus miradas eran la fragua de la que saltaban chispas. El ruido circundante no lograba apartarlos ni un milímetro de su propósito. Las manos frías de él conseguían sofocar su excitación. Creía haber encontrado lo que había buscado tantísimo tiempo, pero alzando ligeramente el cuello, él miró la tele y estalló de júbilo. ¡Goooooooooooooooooooooooooooooool del Barça! Infinitos son los móviles para la desatención. 

Cuentos otoñales (séptimo)

    Enseñoreado el otoño en los caminos velados de hojas, en la algarabía de colores de un febril pintor de la naturaleza. El caminante absorbe la humedad mientras asciende hacia la cresta gris al fondo. El corazón desquiciado, el sudor empapando la camiseta. En la cima le rodean los valles, el curso del río Ebro, la central nuclear, los colores singularizando cada árbol. Arrecia el viento haciéndose notar en su invisibilidad. La magnífica vista, el horizonte casi infinito, es la justa recompensa al esfuerzo. Abajo la sima hacia la que te encaminas. Contemplas la lluvia en el interior de un castaño .

Cuentos otoñales (sexto)

  Dios hace la vista gorda, pues no debe tomar partido, mientras tose con los ojos ahumados. Contempla abajo la tierra desangrándose, la violencia campando a sus anchas, la más ciega barbarie desatando los instintos más salvajes, la ¿Civilización? perdiendo letras poco a poco, camino de su extinción. Dios apuesta por el libre albedrío para que nos equivoquemos, erremos, nos matemos, hagamos puré al ¿prójimo?, hasta hacerlo desaparecer, de raíz, para siempre, generando toneladas de odio y muerte y más muerte, porque nada se ha aprendido de los horrores, al contrario, y hay que volver a ellos una y otra vez.