Burdeos

 






Atrapa Burdeos con su belleza exuberante, explícita en los edificios señoriales. Borrados casi todos los rastros medievales, edificada una nueva ciudad, de corte parejo y homogénea, con mano de obra esclava traída de las colonias, erigiendo una ciudad que nunca será suya. La plaza de la Bolsa frente al río Garona, cuya anchura de cauce hace perder la mirada en el horizonte. En invierno, sin la lámina de agua, el cielo no se envanece ante el espejo. Por la Place de la Comédie, uno imagina los faetones llevando a mujeres engalanadas a sus citas, o cruzando a pie, tras abandonar el Grand Hotel, para ir a ver una ópera en el edificio de enfrente. Con un par de canelés bien provistos de ron, la mirada perdida entre la piedra, blanca o negra, según los barrios, o incluso en dos edificios anejos; un ojo sobre las vías para no morir arrollado como el insigne arquitecto, por un tranvía moderno, no como los de Lisboa, o por un ciclista o un patinador (si podemos conceder tal nombre a quienes manejan un patinete eléctrico). Las calles peatonales son un continuo hormigueo, dos kilómetros de comercios ininterrumpidos por aquí, una galería comercial por allá, una librería como Mollat por acullá. En el interior, la gente hace acopio de libros, las cajas no dan abasto, la literatura española tiene fuerte presencia, en versión original y traducida. Ahí están Vila-Matas, Abreu, Gabi Martínez. En una bolsa de papel van Michon y Flaubert, dentro de ellos también Rimbaud y Colet. La mirada subyugada por locales glamurosos, anticuariados, reclamada la atención ante aforismos de este pelo “les gros cochons font de bonnes charcuteries”, o por una puerta de casa con una ventana en su cara que sirve como mini librería. Veo La condición humana, lo pongo a la vista. Cinco minutos después Malraux es historia. Un escaparate me muestra un libro de Guyotat, Divers (Textes, interventions, entretiens, 1984-2019) y pienso en Edén, Edén, Edén y en ese preciso momento Burdeos lo es: un edén triplicado y terrenal y da igual el sablazo por la pinta de cerveza rubia en una cafetería en Chartrons. De nuevo en movimiento, hacia La place des Quinconces, la monumental fuente en honor a los girondinos. La plaza deja de ser tal, convertida en una colosal explanada cedida a las atracciones de feria. Brazos articulados hacia el cielo, gente gritando en caída libre, la noria girando, la luz, hacia el ocaso, perdiendo la batalla. El puente de piedra de diecisiete ojos, acorde a la ambición nominal del Emperador, entretenidos con los ires y venires de las embarcaciones, lungofiume, arteria por la que la ciudad respira y vive. 
Domingo. El mar en la boca, ostras de la cuenca de Arcachon. La fuente de la vida.




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