Cuentos otoñales (quinto)
Cuántas veces te habíamos dicho
que no entrases, pero tú erre que erre, como una polilla gigantesca buscando el
fanal para extinguirte. Primero con los nudillos, luego con los puños, finalmente
tiraste la puerta abajo. Tendida en la cama, las orejas cubiertas por el pelo y
los cascos gigantescos, la cara iluminada por el fulgor de la pantalla. En el
rincón el cuerpo holográfico de una mujer escultural, desnuda. Te dijimos que no
entrases, pero tú, erre que erre. Los cuarenta y dos años que te separaban de
tu hija no era una generación, era un salto, al vacío generacional.
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