Cuentos otoñales (cuarto)

 Desde la calle le lanza un beso, beso díscolo y decidido a no entrar en el autobús e ir al encuentro de los labios de su amada, sino a saltar al vacío, al éter, por el que irá ascendiendo, capa a capa, empecinado en su ascensión suicida, hasta que sin verlas venir explote y desintegrado desaparezca. A la noche cuando ella abra la puerta casa, y deje los zapatos en el vestíbulo, sentirá un cansancio infinito. Sentada en la cocina no se verá capaz de mantenerse despierta. En el marco de la puerta, él la observará levemente contrariado, sin reconocerla.

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