Al levantar la hoja, del tamaño de una mano, vio un buen número de hormigas. Comenzaron a moverse como en una película de cine mudo. No sabía si estaban teniendo sexo o ganándose el sustento diario, pero su actividad era febril y fabril, como en las primeras películas, de cine mudo. Dejó la hoja en su lugar, a ras de suelo, y desaparecieron de su vista las hormigas. Luego, pisó la hoja con todo su peso, unos noventa kilos. Después del holocausto, el silencio. Mudo quedé con la escena, de cine gore.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.