En la mano una hoja
y en la hoja una poesía,
social, añade como si el epíteto
fuera material inflamable
o algo inestable
a punto de estallar.
Y lee.
Lo hace de forma apresurada
como si las palabras abrasaran
el cielo del paladar.
Finaliza, y dice que lo ha escrito ella
son sus pensamientos
sus palabras.
Lo dice orgullosa de sí misma.
Ya no reproduce,
ahora crea.
La poesía es corriente y valiosa,
porque el padre sabe
que la cuenta atrás
para la detonación
de la adolescencia de su hija
ha comenzado en ese precioso instante.
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