La casa del terror

El pueblo paterno en su denominación abarca la totalidad. De la a a la zeta. Aunque el nombre no acabe en zeta.  Contiene cuatro aes, cuatro comienzos, cuatro alephs. En la casa grande, en las habitaciones, los retratos (o quizás fotografías) de mujeres en blanco y negro, serias, adustas, si movieran los labios fulminarían en el acto al chiquillo temeroso que las mira, sin perder de vista, por el rabillo del ojo, el comienzo de la escalera. A la noche mirará debajo de la cama para confirmar lo que ya sabe: no hay fantasmas, ni espíritus, ni sacamantecas, pero la casa: los techos, las vigas y la escalera es un fábrica de ruidos y crujidos. Sumemos el aleteo de los murciélagos convertidos en vampiros en la alucinada y espantada imaginación infantil conchabada con el terror más puro para tener al crío acojonado entre aquellas cuatro (no, eran muchísimas más) paredes.

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