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Del abismo al extravío

 Descubre el genio creador dentro de sí al frotarse la espalda contra la pared, rebajando así la picazón que le producen los gigantescos granos de la espalda, plenos de líquido. No se concede otro deseo que el de poder abundar en sus pensamientos, devenir un eremita, convertir su cerebro en piedra (pero elástica). Anhela forjar su particular cosmovisión. Y así desplaza fronteras, centrifuga amistades. Camina solo en su ascensión. Albergará toda la soledad del mundo en su interior. Piensa que cuando mira largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de él. Será la razón extraviada su laberinto inexpugnable.

Larix

 Miramos por el ventanal mientras bebemos cerveza. Jonás decide explicarme la génesis de mi apodo: Larix. Hoy, cuatro décadas después del nombramiento. Apodo que vinculé siempre a mi apellido: Lara. Jonás, siempre en el monte mientras nosotros jugábamos a las canicas o disputábamos interminables partidos de futbol en el campo descubierto del colegio. ¿Te acuerdas cuando le plantaste cara a los matones de la clase y saliste en mi defensa y te pusieron el ojo a la virulé? Ahí vi tu piel convertida en corteza, tu espíritu imputrescente, tu nobleza. ¿Y qué tiene todo esto que ver con Larix?, pregunto.

Lo que las palabras esconden

 Morir por error es considerado hoy un daño colateral. Es asesinado y entonces: Jerónimo ha sido abatido. Dos terroristas mueren tiroteados y han sido neutralizados. El lenguaje se abarata y la muerte se distancia de las palabras, hasta que bajo el amasijo de hierros y cementos asoman piernas, brazos y cabezas, también los cuerpos mutilados y eviscerados; los bebes con los rostros quemados, el infierno en la tierra, el apocalipsis, en definitiva. Y los payasos hacen reír a los niños, y los niños meten los pies en el mar y reverdecerá la esperanza hasta que vuelvan otra vez las bombas.