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Mostrando las entradas etiquetadas como Francisco Hermoso de Mendoza

Tu salvación es mi condena

  Cómo un padre y una madre pueden destrozar la infancia y la consiguiente vida adulta de sus hijos. Cómo es el ¿cariño? de una madre si es tóxico y asfixiante. Cómo la manipulación de los sentimientos hacia los hijos los hará dudar casi de todo. Cómo, sin el patrimonio del cariño y del amor (no recibido) cuesta tantísimo hacer frente luego a la realidad sin asideros. En su lugar habrá dolor en el centro de un vacío imposible de colmar. La Mesías hará reflexionar al espectador sobre estos temas. Aquí es la religión, pero puede ser cualquier otra cosa la que suponga aislar a unos niños del mundo real. En términos religiosos, la madre es una oveja descarriada que encontrará en Dios la salvación de su alma (a cambio ellos deben salvar el mundo) y supondrá la condenación de sus retoños. Pero no hay aquí redención posible, ni la posibilidad de una reconciliación,   porque es tal el obcecamiento que no hay el mínimo espacio para la duda o el cuestionamiento de los actos por parte del padr

Cuentos otoñales (séptimo)

    Enseñoreado el otoño en los caminos velados de hojas, en la algarabía de colores de un febril pintor de la naturaleza. El caminante absorbe la humedad mientras asciende hacia la cresta gris al fondo. El corazón desquiciado, el sudor empapando la camiseta. En la cima le rodean los valles, el curso del río Ebro, la central nuclear, los colores singularizando cada árbol. Arrecia el viento haciéndose notar en su invisibilidad. La magnífica vista, el horizonte casi infinito, es la justa recompensa al esfuerzo. Abajo la sima hacia la que te encaminas. Contemplas la lluvia en el interior de un castaño .

Cuentos otoñales (sexto)

  Dios hace la vista gorda, pues no debe tomar partido, mientras tose con los ojos ahumados. Contempla abajo la tierra desangrándose, la violencia campando a sus anchas, la más ciega barbarie desatando los instintos más salvajes, la ¿Civilización? perdiendo letras poco a poco, camino de su extinción. Dios apuesta por el libre albedrío para que nos equivoquemos, erremos, nos matemos, hagamos puré al ¿prójimo?, hasta hacerlo desaparecer, de raíz, para siempre, generando toneladas de odio y muerte y más muerte, porque nada se ha aprendido de los horrores, al contrario, y hay que volver a ellos una y otra vez.