Cuentos veraniegos (tercero)

 

Ahora que ya estás aquí no sabes hacia dónde encaminarte. El blancor te evocaría el inmaculado paraíso, pero la mirada, empachada de nubes de algodón, busca la disonancia en el cielo parcelado, la discrepancia en el paisaje, la fisura, y anhelaría el calor del infierno, la llama insuficiente del deseo, el picapica del sudor en la espalda, el aroma de la carne en la fricción, el corazón al galope buscando su sombra. Por eso te paras a mirar a tu alrededor y gritas, ¿a quién? tu desdicha eterna. Y el eco es interior para desgarrarte en su reverberación y desespero.  

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