Cuentos veraniegos (décimo)

Las fiestas sanmateas suponen reorganizar las líneas de autobús. De repente, un hombre mayor desconocedor de estos cambios explota como un géiser; toro iracundo mochando ventanas. Su lenguaje es una sucesión de baladros. Quiere saber dónde parará el autobús, porque tiene cita en el médico y llegará tarde. Maldice contra el mundo y el conductor. Siente sometidos a los viejos como él a un asedio constante, sonante para el resto. Cae en la cuenta de que la parada está ahí mismito, que apenas tendrá que andar tres minutos. Pero no cae del burro, no hay arrepentimiento, baja del autobús encorajinado.    

Comentarios

Entradas populares de este blog

Del abismo al extravío

Cuentos otoñales (primero)

Los días del devenir