Cuentos veraniegos (noveno)

Después de tres manzanillas, a palo seco, con la mente enlodada, como un río tras las lluvias, sabes que te urge comer algo. Es pronto y no tienes que hacer cola en la Casa más laureada. La carta es interminable y cada día retienes menos. Ordenas ortiguillas, cazón en adobo, tortilla de camarones, salpicón de marisco, salmorejo. No busquen aquí originalidad. Lo comes todo sin disfrutarlo, porque un ejército de mosquitos ha decidido convertirte en donante, en contra de tu voluntad. La misma que te hará levantarte airado, dejar el billete de cincuenta y la implícita propina, salir cagando leches.

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