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La electricidad

Al abandonar el pueblo de Navarrete toman el camino de tierra. Pelotón menudo, pierde efectivos al estirarse. El último de ellos va a la cola moviendo la cabeza, haciendo zigzag o negándose, las piernas bloques de cemento, el oxígeno, insuficiente, entra como por una pajita en los pulmones, el sol trabajándolos con ganas ¿confiriendo matices dorados al polvo? No. Es tanto el esfuerzo que no hay cielo, solo camino.                                La noria de la rueda y sus radios.           El diámetro de un sufrimiento incontable. Levanta la cabeza levemente para tomarle el pulso a la cuesta, buscando la cima, el punto de inflexión del calvario. Demasiado lejos. Inalcanzable. Oye un ruido, sin identificar. Sonido leve   Monocorde. No suena como una cosechadora, ni como un tractor, moto o patinete. Suena como una bici, pero no tiene fuerzas para girarse la cabeza porque se iría al suelo. Sigue cosida la mirada al firme terroso.   A su altura ve a una mujer con casco, p

No te gires

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Lo contrario a la pornografía explícita es el ansia sensual, lo demorado, la tensa espera, los labios anhelados, el cuerpo deseado, el colmarse diferido, el juego de miradas avivando la llama de dos mujeres que se buscan y se encuentran. Una, encargada de retratar (en la Francia de finales del siglo XVIII) a la otra -la cual ha dejado el convento para entregarse a su futuro marido, al que desconoce- primero a escondidas, luego frontalmente; una mirada pictórica que escruta, archiva y posee; posesión efímera, una llamarada, un lapso de tiempo en un destino prefijado, amoldado a su condición de mujer. Antaño. Dos grandes actrices Noémie Merlant, Adèle Haenel cristalizan, y de qué manera, una pasión impensable e imposible. ¿Unos días de felicidad serán capaces de remedar una futura vida desdichada?

No-cosas

  Leo no-cosas de Byung - Chul Han y pienso en los años de mi mocedad, cuando trajinaba con el walkman, el discman, el tocadiscos, los casetes, las cintas de vídeo, los vinilos, los libros. Observaba las portadas, copiaba las letras, grababa canciones de la radio, registraba los episodios de Doctor en Alaska o de Aquellos maravillosos años en videocasetes. Llamaba desde las cabinas para conversar. No existían los audios, que fragmentan y difieren la “conversación” y que deja de serlo como tal. Aquellos objetos de mi adolescencia han sido desplazados o se han vuelto innecesarios con el streaming , con aplicaciones como spotify , con los libros electrónicos. Describe muy bien todo esto Byung - Chul Han en su ensayo, cómo las cosas se convierten en no-cosas devoradas por lo virtual, porque la digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo. Todos aquellos objetos eran un contenedor de nuestra experiencia y nuestros recuerdos. Recuerdo cuándo compré los vinilos, lo que me deparó s

Los enanos

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  Concha Alós, merecedora del premio Planeta en 1962, por la novela Los enanos. Leo: Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse. Los enanos viven como pensionados, nada sobra y todo falta, mientras se suceden las escenas costumbristas, bajo el régimen franquista, sin apenas recursos y sobreviviendo a duras penas. Ellas preservando el honor, ellos mancillándolo. A quel código. Mundo binario. Mundo pasado, pasado mudo, pero no periclitado. La voz de los desfavorecidos como materia prima. La ominosa y mugrienta realidad ahoga y ultima a ratas y personas. La novela fue adaptada para la televisión. La serie está dispuesta en RTVE

El gran silencio

  Al levantar la hoja, del tamaño de una mano, vio un buen número de hormigas. Comenzaron a moverse como en una película de cine mudo. No sabía si estaban teniendo sexo o ganándose el sustento diario, pero su actividad era febril y fabril, como en las primeras películas, de cine mudo. Dejó la hoja en su lugar, a ras de suelo, y desaparecieron de su vista las hormigas. Luego, pisó la hoja con todo su peso, unos noventa kilos. Después del holocausto, el silencio. Mudo quedé con la escena, de cine gore.