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Escuela de Mandarines

    20h 22m es el tiempo de lectura estimado según la Casa del Libro, sin embargo, yo he invertido en esta lectura unas cuantas horas más: días, semanas y meses: a razón de un capítulo diario, para sacarle el jugo a una novela infinita, prodigio de imaginación y subyugante lenguaje. Historia de pasado muy remoto donde la Vejez parlamenta, narra y fabula sobre la Feliz Gobernación: estructura del poder amamantador siempre vigente. Hete ahí los enmucetados, legos, becarios, hombres de estaca, alcaldes, mandarines y el Pueblo. Abundantes discursos filosóficos de humor corrosivo y ritmo irrefrenable. ¡Qué novelón de otro Miguel inmortal!

Mamífera

Cuando ves Mamífera no ves una historia sobre la posible maternidad sino sobre algo más importante que tiene que ver con nuestros principios y nuestras convicciones, porque aquí no podemos hacer el chiste y afirmar Estos son mis principios , y si no le gustan , tengo otros , no, porque las setenta y dos horas disponibles antes de la interrupción voluntaria del embarazo serán la oportunidad para Lola de hacer/se las preguntas necesarias a los seres más queridos, antes de proseguir con su decisión.  Camino para nada fácil porque removerá un suelo que parecía tan firme en esta plausible exploración del yo.

Costa blanca de bruma

  Surge la niebla del velero o el velero de la niebla, piensas. Un velero casi invisible si no fuera por el mástil, desvelado por la atenta mirada. El horizonte ha devenido un lienzo en donde pugnan los blancos y los grises; oculto el cielo. Piensas en Costa a la luz de la luna . Pero aquí no hay una hoguera, ni destellos, ni luz, ni asomo de vida: solo un b lanco que no ciega, para una bruma que no cala, y en un horizonte apagado y sin perfiles. Parpadeas y el velero ya no está: ¿banco de niebla o agujero negro?

Nostalgia del absoluto

  A finales de agosto, en la playa Area da Vila de Camariñas, bajo la sombrilla, a resguardo de un cielo desvelado, escuchando vehículos y voces en sordina, los niños ajenos afanados en su quehacer de castillos de arena, la mirada distraída triangulando entre apacibles veleros anclados a tiro de piedra, los pies ocultos bajo la arena, leyendo Melancolía de Péter Nádas y vencido por el sueño y entonces cabeceando a las seis de la tarde, mientras soplaba una brisa fresca, y un perro corría en pos del palo hasta la orilla, despreocupado de las servidumbres del presente, me sentí feliz.

El teatro de los sueños

  Los pasos te arrastran por la ciudad, sin retener el nombre de las calles ni las plazas, bajo el ceniciento cielo. Parece que alguien tirase de ti, pero no sabes hacia dónde. En la parada esperas sudoroso el tranvía que no acaba de llegar. Quieres ver la masa de agua mansa que se desliza bajo el puente. Tranquilo observas el Nervión y sigues tu camino, ajeno a la ciudad que tanto te desconoce. Has oído hablar del Teatro de los sueños. Ahora, con el estadio a un lado y el mural al otro, bostezas alimentando el cansancio infinito e irresoluble.