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Cuentos veraniegos (noveno)

Después de tres manzanillas, a palo seco, con la mente enlodada, como un río tras las lluvias, sabes que te urge comer algo. Es pronto y no tienes que hacer cola en la Casa más laureada. La carta es interminable y cada día retienes menos. Ordenas ortiguillas, cazón en adobo, tortilla de camarones, salpicón de marisco, salmorejo. No busquen aquí originalidad. Lo comes todo sin disfrutarlo, porque un ejército de mosquitos ha decidido convertirte en donante, en contra de tu voluntad. La misma que te hará levantarte airado, dejar el billete de cincuenta y la implícita propina, salir cagando leches.

Cuentos veraniegos (octavo)

  Cruzarás el traforo y dejarás Francia para entrar en Italia. Como tú, otros muchos turistas y camioneros. Delante de ti una furgoneta camperizada permanece quieta. Su conductor busca la sombra, desatiende la lógica de las colas, y desestima el traqueteo de avanzar apenas unos pocos metros. La impaciencia te lleva a rebasarlo. Chirrían entonces los neumáticos. Con la agilidad de un felino ya está a tu izquierda. Baja la ventanilla airado. Expele aire con trazas de insulto. No hay diálogo posible en el exabrupto. Tampoco limará el lenguaje la bronca situación. Avanzáis. Dentro del túnel tomará la palabra el silencio.

Cuentos veraniegos (séptimo)

  Muy lejos de encontrar la desconexión en vacaciones, la dependencia hacia el móvil aumenta. En una de las reiteradas consultas al guasap lee: Se eliminó este mensaje . Y si en el resto de los mensajes apenas repara, este sí le alcanza de lleno. ¿Por qué lo ha borrado?, ¿Qué le decía ahí?, ¿Te quiero?, pero lo borra para no mostrar dependencia y ni siquiera es reemplazado por el emoticón de una cara con ojos acorazonados, o ¿Ya no puedo más?, y lo suprime para cancelar la anhelada huida. Podría hallar la respuesta en sus ojos, pero decide enviar un audio.

Cuentos veraniegos (sexto)

Imagen
   A la velocidad del rayo surca el avión el tramo de cielo sobre su cabeza. Visto desde la orilla, arriba la barbilla. Al frente, el mar y el cielo confunden el horizonte como en un cuadro de Rothko. La tercera horizontal sería la arena negra. A medida que se interna el oleaje lo zarandea y cuando divisa una ola que viene hacia él, en su seno de espuma se sumerge, estirado en el agua como una tabla de surf, arrastrado hasta la orilla, embadurnado de algas se incorpora. Una semana después extraerá con un bastoncillo arena negra de ambos oídos.