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Del fogón al corazón

Un restaurante supone meterse en el ojo del huracán, como vemos en la espléndida serie The Bear. Carmen, cocinero que ha trabajado en el Noma, hereda un restaurante en Chicago, de su hermano suicida. Una herencia env enenada, porque el negocio es un desastre, un caos,  una ruina que camina y hace aguas por todas partes. Carmen trata de calafatear la nave y no lo tiene nada fácil. El equipo humano que lo rodea necesita un líder, precisa motivación, entusiasmo, cre(c)er en sí mismos. Y de todo esto van los ocho episodios de la primera temporada de la serie. De luchar, pelear, sobrevivir, resolver problemas, arrostrar una realidad hostil, pedir ayuda, escuchar, aguantarse, dejarse ayudar, expresar los sentimientos, formar parte de un equipo, pedir perdón.  Jeremy Allen White ha ganado el Globo de Oro por su actuación. Se merece todos los premios. Su cara es un poema, una odisea homérica su expresividad, sus ojos humedecidos o encendidos como brasas; la vida traspasándolo a él y también

Cien días de soledad

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Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender . Las palabras de Thoreau se han convertido hoy para muchos amantes de la vida en la naturaleza en un mantra. José Díaz decide pasar 100 días en soledad (del 13 de septiembre al 21 de diciembre), en una cabaña en el parque de Redes, en Asturias. Despide a su mujer e hijos y pone rumbo hacia la cabaña porteando las cámaras que le permitirán documentar su experiencia, su reto. El documental lleva por título, Cien días de soledad . No son días ociosos, no. Tiempo hay a mansalva, que José emplea para emprender largas travesías por las montañas. En las cumbres dispone las cámaras y con ellas y un dron, obtenemos unas vistas magníficas de los bosques, las crestas, los ríos, los cielos y sus aves. Paisajes blancos, parduzcos, verdes, amarillos, anaranjados. Inmaculados. Sin presencia humana. La mirada de José se vuelca hacia el exterior, el cielo cuajado de estrellas

Cuento de Navidad

Cuando entra al bar ve las telarañas del olvido hacer ganchillo en el frío cuerpo de las botellas de vino en la combada alacena. Abismada la mirada  en los techos altos, inalcanzables, regresa a la barra de marmol con platos de croquetas, morcilla frita y empanadillas. Ordena media tabla de quesos y un ribera. Bebe y come y piensa que ese maridaje le deja muy cerca del bienestar: el hermano prosaico de la felicidad. Avanza hacia el salón, algarabía de voces lo envuelve, alza los ojos, los frota, pues ha de ser una ensoñacion aquel piano, también la joven que parece tocarlo, las manos sobre las teclas, acariciándolas. Per o no oye ninguna nota por encima de las voces, quizás toque en playback. Regresa a la espiritosa bebida, al regusto picante del picón en la lengua, del ahumado, del queso de nata. Paga la cuenta. Baja la cuesta. Ni rastro de nieve. Invierno de chichinabo. La ficción de las luces de los renos aéreos.  Llega a la plaza. Lee el nombre. Pombo. Siente El temblor del héroe

Vida plena

Escucho la misa de difuntos ubicado en uno de los bancos del coro. Algunos rayos se cuelan por las vidrieras y doran los barrotes. Al fondo, delante del altar, el cura habla del infinito amor que Dios nos profesa, de la vida eterna. Y pienso en voz baja si la fe será capaz de reconfortar a la madre que ha perdido a su hijo de cincuenta y cinco años cuando vuelva a su casa. O a la mujer que ha perdido a su esposo. O a  los hijos que han perdido a su padre. Pienso en una ausencia irreparable y mitigada, no sé en qué medida, ni de que manera, por la fe. Y poco antes de acabar la ceremonia, una mu jer se dirige al lado del altar para decir unas palabras, entrecortadas, rotas por el dolor de la muerte y la ausencia y el vacío físico, pero poco a poco esa voz va cogien do fuerza y consistencia, y es capaz de revelarnos una verdad que va mucho más allá de creer o no, porque habla de que el muerto ha tenido una buena vida, una vida plena, y que ha sido feliz. A e so hay que aferrarse, a esa v

¿Tiempo perdido o recobrado?

     Si algo caracterizó a Proust fue su tesón. Se empecinó durante más de diez años en escribir En busca del tiempo perdido , a lo largo de siete volúmenes. El primero lo financiará con su dinero y tendrá una nula acogida y algún rechazo notable: Gide. El segundo recibirá el beneplácito de la crítica y resultará premiado con el Goncourt . Los últimos los escribirá enfermo, ensimismado en su escritura, creando un universo que pudiera ampararlo, capaz de ser recorrido con las yemas de los dedos de la memoria. El lector se enfrentará a más de tresmil páginas, a un  buen número de personajes. De lo cotidiano Proust hará un mundo, registrará gestos, poses, maneras, inflexiones que irán  al papel, sazonados sus textos con reflexiones sobre la música, la pintura, la política, la etimología, la homosexualidad, los celos, el "gran mundo", la escritura o la lectura, entre otros muchos temas. Y lo hará sin comedimiento, con el ímpetu y la necesidad del que sabe que le va la vida en ell

Punto de fuga

Al sonar el teléfono inalámbrico me sobresalto. Al contestar, cuelgan. Alguien aporrea la puerta de casa, pero detrás de la mirilla no hallo a nadie. En mi pulsera, el reloj me avisa cada hora con un pitido suave. Las once de la mañana. Trato de aquietarme en el sofá, estirando las puntas de las pies, dirigidas hacia la ventana. Más allá, el horizonte es un sumatorio de montañas con crestas nevadas bajo un cielo impasible. He dejado las pochas al fuego. Me avisa el huevo despertador de que el tiempo de cocción ha concluido. Destapo la cazuela. Limpieza de cutis involuntaria. Están al punto: mantecosas. Me quemo la lengua. Oigo tronar la alarma de un camión de bomberos, veloz cual ambulancia. Me asomo a la ventana. No veo columnas de humo negro por ninguna parte. Tengo los pies helados, las uñas rasguñan la tarima flotante en mi desplazamiento. Al respirar, el vapor de agua cubre mi inmaculado rostro, velándolo. Sin rostro, los pensamientos desaparecen. En el espejo del baño, sin ojos

El lenguaje del tiempo

El refranero, como fruto de la experiencia y sabiduría popular, ofrece refranes como Por Santa Catalina (25 de noviembre), la nieve en la cocina o Por San Andrés (30 de noviembre), la nieve a los pies. Muchos de estos refranes guardan como se ve una relación estrecha con la climatología, otros con la gastronomía, Por Santa Cecilia (22 de noviembre), tiempo de morcillas . Ahora, con los efectos devastadores del cambio climático, que nos hace ir de record en record: el mes más cálido, el año más seco, el siglo más tórrido, etc, o con los nuevos regímenes alimentarios (veganos, vegetarianos), parece necesario adaptar el refranero a los nuevos tiempos que corren, quedando esos refranes como testigos de nuestra memoria, como un lenguaje capaz de explicar el tiempo pretérito.