¿Tiempo perdido o recobrado?

    Si algo caracterizó a Proust fue su tesón. Se empecinó durante más de diez años en escribir En busca del tiempo perdido, a lo largo de siete volúmenes. El primero lo financiará con su dinero y tendrá una nula acogida y algún rechazo notable: Gide. El segundo recibirá el beneplácito de la crítica y resultará premiado con el Goncourt. Los últimos los escribirá enfermo, ensimismado en su escritura, creando un universo que pudiera ampararlo, capaz de ser recorrido con las yemas de los dedos de la memoria. El lector se enfrentará a más de tresmil páginas, a un buen número de personajes. De lo cotidiano Proust hará un mundo, registrará gestos, poses, maneras, inflexiones que irán al papel, sazonados sus textos con reflexiones sobre la música, la pintura, la política, la etimología, la homosexualidad, los celos, el "gran mundo", la escritura o la lectura, entre otros muchos temas. Y lo hará sin comedimiento, con el ímpetu y la necesidad del que sabe que le va la vida en ello; obra lanzada como un bumerán que le traerá la gloria, el reconocimento, la inmortalidad.         

Leo que un autor alcanza la categoría de clásico cuando todos lo conocen sin necesidad de haberlo leído. Así Proust.

Durante seis meses he tenido a Marcel a mi lado, haciéndonos compañía. Ahora toca dejarlo ir. Y me hago una pregunta. En economía,  cuando se realiza un desembolso, nos preguntamos si se trata de un gasto o de una inversión. Cuando leemos, podemos plantearnos también si el tiempo dedicado a la lectura es un gasto o una inversión. Si perdemos el tiempo leyendo a Proust o si lo recuperamos. Hoy no tengo una respuesta. Hablará el Tiempo por mí.

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