Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender. Las palabras de Thoreau se han convertido hoy para muchos amantes de la vida en la naturaleza en un mantra.
José Díaz decide pasar 100 días en soledad (del 13 de septiembre al 21 de diciembre), en una cabaña ubicada en el parque de Redes, en Asturias. Despide a su mujer e hijos y pone rumbo hacia la cabaña porteando las cámaras que le permitirán documentar su experiencia, su reto. El documental lleva por título: Cien días de soledad.
No son días ociosos, no. Tiempo hay a mansalva, que José emplea para emprender largas travesías por las montañas. En las cumbres dispone las cámaras, sirviéndose de ellas y de un dron, obtendrá unas vistas magníficas de los bosques, las crestas, los ríos, los cielos y sus aves.
Paisajes blancos, parduzcos, verdes, amarillos, anaranjados. Inmaculados. Sin presencia humana. La mirada de José se vuelca hacia el exterior: el cielo cuajado de estrellas, el aliento de las montañas, la araña en su quehacer, el río y su escorrentía. Asimismo, el sentido del oído para escuchar a los animales en la distancia. Cuando la mirada es hacia el interior, José rememora a su hermano Tino. Su ausencia, ese vacío infinito se ha ido rellenando de recuerdos y parece que este reto sea un tributo hacia él.
Son cien días de actividad marcados por la austeridad, la frugalidad, el frío, la soledad, paliada esta por las cartas que José recoge (en el punto de encuentro) de su mujer y que son alimento para el alma.
José regresa feliz de su reto cumplido. No sabemos cuál ha sido la lección aprendida. Aunque sí parece tener claro qué es lo esencial y qué lo accesorio.
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