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Una invitación a la lectura de Shakespeare

    Antes de llegar a la Plaza del Mercado, ahora Rastro dominical, deambulas por la calle Herrerías, reparas en las ménsulas de la fachada en la abandonada casa de Maximino Hijón, en las cabezas de león de la puerta, mientras piensas en la historia almacenada ahí detrás, pero superas el silente Orfeón, y frente a la persiana bajada, reina ahora el silencio, no el entrechocar de vidrios, ni las alegres canciones, tampoco las bravatas del disparatado y orondo borrachín alzando el vaso. Tan solo el olor acre de la fiesta . Sabes que todo es una invitación a la lectura de Skakespeare.   

Pesos y contrastes

        El corazón impreso en la crema del café, luego el regusto amargo en el paladar. Los sacos de arpillera en aparente equilibro. Fiel a la balanza y a los retruécanos buscas el fulcro, el punto de apoyo que te saque de la cafetería medio desierta, para recibir el bofetón del sol inclemente, el espejismo del asfalto, el latigazo de los aires acondicionados de los supermercados, la decibélica música de las tiendas de ropa, hasta llegar al oasis del parque del Carmen y su bóveda vegetal. Buscas un resquicio de banco inmaculado de palominas hasta perderte en la vertical del tronco.

La nulidad del viento

  El oído en la piedra no te trae la música de las esferas sino el sonido granítico del silencio. Tomas asiento para sentir el precario equilibrio en las nalgas, hasta que luego, de pie, tratas de emular a Perurena. Lo das por imposible cuando la espalda te suplica que cejes. Quizás sea una rayuela, oirías si atendieses al niño que llevas dentro. Podrás alcanzar la segunda bola, te preguntas cuando inicias el salto y caes desmadejado sobre el asfalto. Una señora con bastón te lo clava en las costillas y presiona con saña. Me confunde con una paloma torcaz, piensas.

Ser montaña

  Rostros humanos o montañas graníticas en los que recorrer los cordales, las líneas de desnivel en la frente y mejillas. Observa las aristas, las eras geológicas de los sucesivos estados vitales. Ahí está la herencia que nos dejan los mayores. Concéntrate en el gesto cansado y sobrio de la edad más allá de la edad; en los ojos fijos de la etiqueta en la botella de vino. No un vino gran reserva, sino un vino joven. Berganzo, donde bullen las cascadas, el agua impetuosa, el hontanar de la esperanza, lo salvaje, ajeno a las heredades, a las denominaciones de origen.

Palmeras urbanas

  Recién vi la exposición Abierto por vacaciones . En una fotografía un árbol y un edificio se fundían. Hoy salgo a pasear y me pregunto qué sería antes: la palmera o el edificio. Las ramas son un plumero hacendoso acariciando la fachada, los cristales, el ladrillo rojizo. Si algún vecino estirase la mano podría coger incluso dátiles, si los hubiera. Seguirá creciendo la palmera y dentro de unos años será más alta que el edificio. ¿Hasta dónde llegan sus raíces? ¿Hablamos aquí de un árbol doméstico? ¿O es el edificio quien sirve al árbol? ¿Los vecinos/jardineros quienes velan por su bienestar?