Que Dios no juega a los dados lo sabemos gracias a Einstein, pero que juega al Tetris es algo más desconocido, y que tiene la naturaleza, me atrevería a decir, de un secreto. Sucedió que estando en una playa de Gran Canaria, al salir de la mar, embravecida y erizada por olas muy surferas, me percaté de que lo que tenía frente a mí no era un edificio maleducado, a espaldas del mundo, sino la obra del Hacedor, que ese día en vez de manos tuvo manoplas, y que aburrido dejó la partida, afortunadamente, sin resolución. Y a Dios gracias.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.