No es necesario ir al Monte Saint-Michel
para ver cómo desaparecerá bajo tus pies, al subir la marea, el camino que te
conduce hasta la Isla de San Nicolás. Ve con cuidado de no resbalar porque la
piedra está húmeda, comida por el verdín. Envidias a quien a mediados de
octubre todavía se da baños de mar. Observas el puerto, las casas bajo la figura
imponente de la Basílica de Santa María. Vuelves la mirada al mar, al vuelo de
las gaviotas. Siempre te has preguntado si el mar tiene raíces. Encuentras la respuesta en la arena prieta que
pisas.