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Cuentos otoñales (noveno)

  La ciudad parece distinta, piensas mientras caminas sin rumbo por el extrarradio o páramo sonoro. Las luces apagadas en el cielo ceniciento son el aviso por megafonía de que ya está aquí el otoño, de calle tu estación preferida. Anochecerá pronto y la duda es si encaminar tus pasos hacia el Monte El Corvo, cruzar el Ebro o sacar los patines de la mochila y hacer molinetes hasta que en el vórtice pierdas el sentido de la realidad. No haces nada, dejas que la oscuridad te devore. Miras la luna de octubre, la luna del viaje que emprendes hacia casa.  

Venus

  Hoy no dormirás en uno de los bancos de la Terrazza del Pincio, porque el arte ha decidido concederte un regalo. Superada la medianoche solo reina el silencio y la oscuridad. Gulliver siempre fue tu cuento favorito. Menudo, liliputiense como eres, te cuesta horrores encaramarte sobre la broncínea escultura. No quieres perturbarla. Tratándose de una diosa podría fulminarte con la mirada, reventar tu cabeza como un melón. Ahormas tu cuerpo a las pródigas curvas, al metal fundido, todavía caliente. Al alba tendrás que pisar tierra firme, presa del extrañamiento. A la noche buscarás de nuevo el asilo axilar de Venus.

Cuentos de verano (undécimo)

Que Dios no juega a los dados lo sabemos gracias a Einstein, pero que juega al Tetris es algo más desconocido, y que tiene la naturaleza, me atrevería a decir, de un secreto. Sucedió que estando en una playa de Gran Canaria, al salir de la mar, embravecida y erizada por olas muy surferas, me percaté de que lo que tenía frente a mí no era un edificio maleducado, a espaldas del mundo, sino la obra del Hacedor, que ese día en vez de manos tuvo manoplas, y que aburrido dejó la partida, afortunadamente, sin resolución. Y a Dios gracias.

A galopar, a galopar

  No siendo Livingstone tu espíritu viajero te mueve a ir más allá de las siete colinas, hasta la octava: la colina del Janículo. Quieres coger la distancia apropiada para ver Roma en toda su extensión. Antes de llegar al altozano, a lo lejos, divisas un faro. Miras a tu alrededor ¿Roma ha mudado en Nápoles? No. Es un regalo de los migrantes italianos que fueron a la Argentina. Hoy no lo verás iluminado con los colores patrios. Avanzas hasta situarte bajo la estatua ecuestre de Garibaldi. Pero ahora el espíritu infantil tira de ti y no quieres equinos sino ponis.