Deambuleo
Me aboca al parque el reclamo de querer
ver la crecida del Ebro. Desde la orilla veo el agua espumosa haciendo
molinetes, cigüeñas crotorantes construyendo un hogar de palos entre los picos,
troncos desubicados camino de la sedimentación. Pienso, durante un instante, cómo
sería la ciudad -partida en dos por el río- sin el río, ni la ocre humedad, sin
puentes ni pasarelas, sin aparato circulatorio, en definitiva, y el ahogo
sucede al pensamiento que la caminata alivia. La mirada cautelosa dirigida hacia
la aguja de Palacio, a los altivos campanarios, en la otra orilla, detrás de la
inexistente muralla.