Me resultó tan improbable que
tuve que acercarme a medio metro para confirmar que era Matthew Fox.
Allí estaba él, en una galería romana. Vencí mi timidez y, por primera vez en mi
vida, decidí acercarme a un famoso y pedirle con mi inglés patatero una
foto juntos. Buscó Fox apurado una salida, previendo quizás la inminente nube
de admiradores. Me quedé con un palmo de narices. Mi mujer me animaba
diciéndome que quizás no me había entendido. No photos. Repetía yo las palabras
del actor como un eco, abatido, y en bucle, elevándolas hacia la gran cúpula de cristal.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.