Ir al contenido principal

Capendo el temporal

 

Te dices que la AEMET nunca acierta y que si dan lluvias serán cuatro gotas, y ni corto ni perezoso, antes del mediodía ya estás en el camino. Atrás queda el campo de futbol de La Naval, delante un camino desierto. Esta vez no hay polifonía de cencerros y ladridos. Las abundantes aguas recientes se han transformado en lagunas improvisadas en las que incluso los patos se dan un chapuzón, al otro lado de la valla de espino. Continúas y antes de llegar al altozano dejas la ermita frente a ti, para tomar la senda de la izquierda y descender hasta un pilón. Piensas si Elba o Acantilado habrán dedicado ya un ensayo al fabuloso mundo de los pilones, siempre condenados a vivir en horizontal. El que ves, según la inscripción en la piedra, tiene siete décadas de vida y ahí anda ensimismado en la caricia del agua. Avanzas por el camino, y a tu derecha ves unos ladrillos, el proyecto de una casa. Piensas en un Thoreau moderno que no necesitase de un lago, sino de una torre de alta tensión que lo conectase a la realidad o lo churrascase al menor descuido. Luego dejas a tu derecha la antaño mina Fontoria y hogaño poza abandonada. Has oído que algunos han decidido poner fin a sus vidas en ese punto y decides seguir avanzando a buen paso y sin mirar atrás. Las cuatro gotas deciden caer justo en ese momento, removidas por el ventarrón. A cincuenta metros un hombre y dos perros caminan a derecho, los pies en las botas de plástico. Tú juegas a la rayuela y sorteas charcos, pones a prueba tu equilibro y sales airoso y casi volando cuando el paraguas es una marioneta en manos del viento que lo zarandea, vuelve, y revuelve, para darlo de sí, atacando sin piedad. Quedará eviscerado, las varillas por fuera. Imposible embutirlo en el sarcófago de tela. El cadáver te golpea rítmicamente en la pantorrilla, empapándola al caminar. Sales a la carretera y a buen paso llegas a Nestares, el río baja con determinación, las ovejas pastan sin levantar las cabezas de la hierba empapada, un árbol desdice su edad haciendo genuflexiones sobre el agua y bebiendo por las ramas, la gente está tan concentrada en sus pensamientos, al caminar, que te tornas invisible para ellos, y ves abortado tu saludo en una mueca. En casa miras las manos rojas, ajenas al resto del cuerpo. Has hecho algo de espacio en tu interior para el frío y el viento. Piensas haber acogido una migaja de la incipiente primavera y te felicitas dando palmas, entrando en calor.  

Entradas populares de este blog

Untzillaitz

Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda.  Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.

Los días del devenir

        Sinopsis   Los días del devenir son días significativos en las vidas de los septuagenarios Loreto y Julio. Un taller de escritura recreativa impartido por Sandra, en la residencia de personas mayores donde viven, les abrirá la puerta de su pasado a los recuerdos, en forma de viajes, aventuras, rupturas, desgracias, ausencias, desventuras o confesiones. El folio en blanco será para Loreto y Julio el terreno en el que desvivirse a diario, también la manera de conocerse mejor y reconocer asimismo al otro. Treinta días frenéticos para el lector, que se verá abocado a una hilarante narración llena de sorpresas y hallazgos alentada por la imaginación desbordante de Francisco Hermoso de Mendoza, que trata de curarse aquí de la enfermedad de contar, con una prosa plástica, voluptuosa y precisa .  La novela se principia con esta cita de Lorenzo Oliván .     El escritor Manuel Fernández Labrada reseña Los días del devenir en su espléndido blog de literatura Saltus Altus .  

Volver al hijo

       Me acuerdo de una tarde de junio en el caluroso verano de 1984 en las piscinas públicas de La Playa. Al lado del puesto de la Cruz Roja, en lo alto de unos postes, en los altavoces comenzó a sonar una canción lenta. Me gustó. Luego supe que se trataba de Bruce Springsteen, al que llamaban The Boss. Cuando años más tarde compré un libro con sus canciones, hoy descuajeringado por el uso, supe que un Buick era un coche y no un nombre propio. La primera vez que oí esa palabra fue cuando sonó The hometown . Entraba y salía de la piscina grande, pasaba a la pequeña y cuando me aproximaba a los altavoces volvía a sonar esa canción que supongo alcanzaría el número uno de Los 40 principales. Meses después sonarían No surrender, Bobby Jean, Born in the USA , canción que dio nombre al disco y que fue un pelotazo. Springsteen fue catapultado al éxito. En el 89 compré el vinilo. Lo escuché una y otra vez. Lo veo ahora en el pasillo. El trasero de Springsteen fotografiado por Leibovitz me ll