Para rato esperas, cuando accedes
al pamplonica Mercado de Ermitagaña, con idea de comprar algo de carne para
comer, con el estómago removido después de haber dado el pésame, que encontrarás
en la primera planta un puesto con libros, y que rebuscando en el montón, verás
un libro de relatos de Pere Calders, autor del que leíste con gusto los relatos
recogidos en Cosas aparentemente intrascendentes; así que lo coges y te impones
la obligación de volver a Pamplona, al mercado, al puesto. La pregunta que te
formulas es qué libro dejarás a cambio a tu regreso. Piénsalo con calma.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.