Entradas

El reclamo del agua

  La presencia airada, el nerviosismo en la voz del par de jóvenes -en su precipitación informe de años-, al preguntar si hay algún bar cerca desde donde ver el río, el Ebro, puntualizan. Son rostros pescados de la ruta bacaladera y marina, varados ahora en el interior, con ojos de agua teñidos de alcohol, deshidratados y desesperados, buscando reparar la sed en el aliento húmedo del río, dilatado en sus márgenes. Marchan sin dar las ¿merecidas? gracias a las precarias indicaciones recibidas, los pasos decididos hacia el embarcadero, el río sin ocultar las estrías de colores de los entusiastas kayakistas.

Deambuleo

  Me aboca al parque el reclamo de querer ver la crecida del Ebro. Desde la orilla veo el agua espumosa haciendo molinetes, cigüeñas crotorantes construyendo un hogar de palos entre los picos, troncos desubicados camino de la sedimentación. Pienso, durante un instante, cómo sería la ciudad -partida en dos por el río- sin el río, ni la ocre humedad, sin puentes ni pasarelas, sin aparato circulatorio, en definitiva, y el ahogo sucede al pensamiento que la caminata alivia. La mirada cautelosa dirigida hacia la aguja de Palacio, a los altivos campanarios, en la otra orilla, detrás de la inexistente muralla.

La cima

  ¿Qué códigos rigen en la montaña? ¿Qué lleva a un hombre a jugarse la vida para depositar las cenizas de su amada en la cumbre del Annapurna ? ¿Qué abismo se esconde detrás del logro (aparentemente) totalizador de haber hecho todos los ochomiles de este planeta? La película La cima parece dispuesta a plantear más que a responder a estas preguntas. El ser humano resulta en este hábitat algo impropio, ajeno a las montañas; una marioneta en manos del hielo, del frío, del mal de altura. A ocho mil metros, la vida y la muerte danzan una coreografía macabra y ensimismada. 

Plantón

 Me resultó tan improbable que tuve que acercarme a medio metro para confirmar que era Matthew Fox. Allí estaba él, en una galería romana. Vencí mi timidez y, por primera vez en mi vida, decidí acercarme a un famoso y pedirle con mi inglés patatero una foto juntos. Buscó Fox apurado una salida, previendo quizás la inminente nube de admiradores. Me quedé con un palmo de narices. Mi mujer me animaba diciéndome que quizás no me había entendido. No photos . Repetía yo las palabras del actor como un eco, abatido, y en bucle, elevándolas hacia la gran cúpula de cristal.