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Let me in

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  Impregnado por el verde frescor en Ribavellosa, de paseo bajo la salutífera sombra de hayedos, encinas, robles, castaños y tilos inmortales, y luego en cuclillas en el escrutinio de las deposiciones ¿zorro o garduña?, caminas ahora por Torrecilla; paridora de Práxedes Sagasta. Vas sin rumbo fijo: rayuela de terrazas hasta dar con un inmueble que te atrapa. Alzas el cuello y aplaudes ante la espigada casa Solé. Palpas los sillares propios de un castillo, buscas el sol en el reloj, el traqueteo en las repisas ventaneras. El eco de La persistencia de la memoria en las ventanas. Let me in .

Desapariciones

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    Míralas bien ahora que están de una pieza y antes de convertirse en otra cosa, en amasijo de hierros, en cuadro demediado, en algo irreconocible sin manillar, ni ruedas; sin la firmeza del sillín. Mírate una vez más en el espejito y ofrece una despedida, porque nada podrán hacer por ellas los candados, las distraídas miradas de los viandantes cuando salgas del Bodegón y te golpee la ausencia, el vacío inerte. Entonces la mirada perdida, el porqué extraviado en la garganta temeroso de salir. Míralas bien, porque como el juego del prestidigitador, ahora las ves y luego no las ves.

El pasado porvenir

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  A la sombra de la torre de la Concatedral trasiegas una Alhambra tostada. La mirada desliza sobre la piedra: las ocho y ocho y holla las palabras en las crónicas de Antunes. Las mejores son las dedicadas a los amigos, como Cardoso Pires. Me haces mucha falta . El luso se pregunta una y otra vez sobre su escritura, sin encontrar respuestas. Creo que el día que las encuentre, Antunes dejará de escribir o estará muerto. Te saca de la lectura la voz de un hombre. Menta la Posada de las Ánimas, la cafetería Bahía: recuerdos inmuebles hoy pasto del olvido.