Ahora, si un libro no me gusta lo abandono. Con Barrio de Maravillas de Rosa Chacel he hecho una excepción. Ya se quejó en su día la autora de que su novela no había sido entendida. No es excesivamente larga, no llegan a 300 páginas apretadas (en la Editorial Bruguera) pero me cuesta coger el hilo y una vez cogido, no perderlo. El Barrio de Maravillas es lo que hoy es Malasaña. En uno de sus edificios viven dos niñas, Isabel y Elena. La historia se sitúa en la segunda década del siglo XX. Somos testigos del asesinato del el político Canalejas en 1912, del archiduque Francisco Fernando en 1914, y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Rosa se demora en exhaustivas narraciones, ya sea mediante la luz o sobre las figuras pictóricas, prosa que deviene ensimismada, perdida en el laberinto del lenguaje, quedando el lector al margen. La narración tiene, no obstante, un punto seductor en su insolencia, en su nula necesidad de complacer, alentada por la pura nece(si)dad de contar.
Al abandonar el pueblo de Navarrete toman el camino de tierra. Pelotón menudo, pierde efectivos al estirarse. El último de ellos va a la cola moviendo la cabeza, haciendo zigzag o negándose, las piernas bloques de cemento, el oxígeno, insuficiente, entra como por una pajita en los pulmones, el sol trabajándolos con ganas ¿confiriendo matices dorados al polvo? No. Es tanto el esfuerzo que no hay cielo, solo camino. La noria de la rueda y sus radios. El diámetro de un sufrimiento incontable. Levanta la cabeza levemente para tomarle el pulso a la cuesta, buscando la cima, el punto de inflexión del calvario. Demasiado lejos. Inalcanzable. Oye un ruido, sin identificar. Sonido leve Monocorde. No suena como una cosechadora, ni como un tractor, moto o patinete. Suena como una bici, pero no tiene fuerzas para girarse la cabeza porque se iría al suelo. Sigue cosida la mirada al firme terroso. A su altura ve a una mujer con casco, p