Dicen los biólogos que es nuestra complejidad la que nos mata. En el plano social no sabemos si lo que nos mata es nuestra complejidad o nuestra simpleza. Vemos que hay odios atávicos que parecen todavía colear de la guerra de la independencia, instintos de supervivencia e intereses que colisionan con los de otros vecinos, ¿son todos los intereses igual de legítimos?
Tenías que haber amanecido en otra aldea, oímos en la película.
Todo es azar y destino trágico. La idea de regresar a una arcadia se muestra imposible. Cómo gestionar la violencia y el miedo que impiden la pacífica convivencia. Hay muchas capas. Una es saber cuándo y dónde hemos encontrado nuestro hogar. Formar parte de algo, con todos los peros que se quieran. Y hablarnos del valor, de seguir el camino de la justicia y no el de la venganza. Testimonio asimismo sobre los equívocos entre madres e hijas y la posibilidad de entender las cosas como son, acerca de la naturaleza del amor. Y el dinero como una sombra ominosa, mancilladora, letal, cantos de sirena para quien quiere poner término a una vida misera.
A la salida del cine todos comentabamos la película, sin haber dejado a nadie indiferente.
Hay una escena sobrecogedora que sé que nunca olvidaré. La existencia convertida en una lucha a vida o muerte.
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