Una portuguesa, Tânia, ha ido completando todos los círculos del infierno desde su llegada como emigrante hace décadas a Marmouth. Pero lejos de habitar un paraíso, tantos años después, Tânia sigue habitando el infierno; coloca a los portugueses recién llegados en un hotel abandonado, en habitaciones que son cuchitriles pestilentes, insalubres, mal ventilados, en donde vivirán hacinados tres personas, en un espacio mínimo. Personas a las que se les custodia el pasaporte y se les recomienda no salir por la noche, de tal manera que su día a día consistirá en madrugar, coger un autobús que una hora después los dejará en la fábrica, y luego de vuelta al hotel. Esa será su vida, la rueda, el círculo del infierno con el que podrán ahorrar unos euros que enviar a sus países de origen.
Tânia casada con un inglés no acaba formando parte del mundo de su marido. Ella y su amigo son los bufones de las veladas, objeto de burla y de un desprecio que apenas se oculta.
Detrás de este lienzo tan desolador e inhumano hay un sistema que lleva las condiciones laborales a épocas propias de la revolución industrial, que permite la vulneración de los derechos laborales, o la inexistencia de los mismos. Y si la película es demoledora, en gran medida es gracias a la portentosa interpretación de Beatriz Batarda, como Tânia.