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La doncella


 
Si Oldboy la visioné como si de un videojuego se tratase y me gustó escasamente, La doncella (en su versión extendida) de Park Chan-wok me ha resultado fascinante. 
El guion, obra de Park Cha-wok y Hung Seo Kyung, es la adaptación de la novela Falsa identidad de Sarah Waters.
A los 140 minutos de la edición original, la versión extendida suma otros veintiuno. Hay series en MovistarPlus+, Netflix o Filmin que duran menos que esta película, que vista del tirón apabulla, merced a su voluptuosa puesta en escena y que en ningún momento resulta tediosa, al contrario, dado que a medida que avanzamos en la narración y vayamos viendo la tramoya que hay detrás de los personajes y sus acciones, más interesantes se nos tornan, al tomar conciencia de sus intrigas y maquinaciones, de cómo cada uno arrostra su pasado y juega sus cartas sobre el tapete.
Entre tanta impostura hay algo que es más fuerte y real, y es el amor que nace entre dos mujeres, la doncella Sookee y su señora Hideko, magníficamente interpretadas por Kim Min-hee y Tae-ri Kim. Amor cocido a fuego lento, en un despacioso cortejo mutuo de caricias y bocas al encuentro, de oquedades que anhelan ser colmadas o friccionadas, para apurar así los goces de la vida, los dones del sexo, el amor esperanzado cuando se ve correspondido.
Hideko ha sido infeliz desde la infancia, a merced de un tiránico tío obsesionado con los libros, que la ha maltratado física y mentalmente. El casamiento (con un cantamañanas) le ofrece a Hideko una posible vía de escape, tanto como una apertura al mundo exterior, en la Corea ocupada por los japoneses, en 1930.
Hideko recitará pasajes del Marqués de Sade para los salaces invitados de su tía, recreando muy vívidamente aquello inseminado en las páginas, llevando a los circunstantes a la insoslayable erección, al deseo exacerbado, necesitado de satisfacción.
La virtud de la película es la intensidad lograda en la mayoría de las imágenes, la manera en la que se destila tan sutilmente la metamorfosis de la inocencia (tan pronto ultrajada) de Sookee y de Hideko; la música punteando los momentos álgidos, ya sean amorosos o violentos, porque todo resulta en la película tan creíble y emocionante, tan vívido y exultante, tan gozoso, que el visionado no puede menos que deparar un placer absoluto.



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