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Después de treinta años casada, Miren denuncia a su marido por violación en su matrimonio y todo salta por los aires. El proceso judicial será muy lento y doloroso para Miren. El espectador se hará toda clase de preguntas: por qué no divorciarse y punto; por qué denunciar; por qué estar dispuesta a pasar por un proceso en el que sabe que no tiene las de ganar; qué sucederá en la relación con sus hijos, y con sus amigos; qué futuro vendrá después de poner la denuncia; cómo sobrevivirá, pues Miren no trabaja cuando se separa y deba salir de la zona de (presunto) confort económico en el que vive.

Algunas preguntas se irán contestando en los cuatro episodios. El espíritu de esta magnífica y mesurada (mesura que alberga un abismo) serie creada por Alauda Ruiz de Azúa, con guion (muy minucioso y capaz de adentrarse en la complejidad de un tema que tiene muchas dimensiones y aristas) también de Alauda Ruiz de Azúa, Eduard Solà y Júlia de Paz es que el espectador no deje de hacerse preguntas, porque la serie interpela en muchos aspectos. Veremos cómo los sentimientos fluyen, en un continuo cruce de mentiras y verdades. Miren tiene muy claro lo que ha vivido y sufrido. No puede ocultarse el miedo, el pavor a estar cerca de su marido, el cual sigue en sus trece. No hay asomo de culpa por su parte, ni siquiera la más mínima duda de que no haya actuado correctamente. Su mujer está loca, una histérica y una mentirosa. Todo claro. Miren es madre. Para los hijos, ambos adultos, y uno de ellos también padre, su padre puede ser un monstruo o no serlo. Y después de la denuncia toman partido. El mayor, demasiado parecido a su padre, se sitúa al rebufo paternal y Miren se ve privada de estar con su nieto. El más pequeño se posiciona a favor de la madre.

Los amigos después de la denuncia se van situando a cada lado y Miren se queda casi sola. Pero el tiempo vemos cómo a veces es un aliado, capaz de mostrar la verdadera naturaleza de las cosas y poner las cosas en su sitio.

La justicia puede que aquí no repare nada, al contrario. Un juez juzgará con los elementos de juicio que tiene a su disposición y Miren podría ser David ante Goliat. Pero no. Para Miren, la batalla es su lucha por la verdad, por el reconocimiento del sufrimiento sufrido durante tantos años, por ser reconocida como víctima, por identificar a su agresor, al responsable de su situación. Aunque la batalla a ganar es que sus hijos la entiendan, la comprendan, que sean conscientes de lo que Miren ha tenido que pasar al lado de su padre, el miedo vivido y la necesidad de salir de ese pozo, después de tantos años de soledad y sufrimiento, cuando el sometimiento se ha transformado en un consentimiento tácito.

El viento no lo vemos, pero los efectos de un tornado siempre son evidentes.

¿Qué sucede cuando todo es aparentemente normal en una casa, en un hogar, pero una persona, Miren, está en el ojo del huracán, y nadie, ni siquiera los que están al otro lado de la pared de la casa son conscientes de ello?

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