Joseph
Goebbels considera su labor propagandística un arte que ejecutará con
dedicación y apasionamiento. Convertido en la mano derecha de Hitler durante
los siete años en los que los nazis conquistaron media Europa. Finalmente, tanto
Hitler como Goebbels, valientes de pacotilla, perdida ya la segunda Guerra
Mundial, acaban suicidándose, para evitar pagar por lo que han hecho. El
resultado: seis millones de judíos exterminados por los nazis y alrededor de
setenta millones de muertos, entre civiles y soldados durante la contienda
bélica.
El efecto de la propaganda de Goebbels (calles atestadas de alemanes moviendo
los banderines y un ruido ensordecedor al paso de Hitler; películas demonizando
a los judíos y justificando su exterminio; noticias manipuladas, o directamente
fake news, para allanar el terreno y la conquista de Polonia, etc) sobre el
pueblo alemán es discutible.
En la extensa biografía que Peter Longuerich escribió sobre Himmler (el jefe de las SS) se mostraba a las claras cómo era ajusticiado todo ciudadano que fuera contrario al Régimen, y también quien no mostrase un vivo entusiasmo hacia el Reich, en una situación en la que la delación era moneda corriente. Hubo focos de resistencia, sí. Casos como los de Otto y Elise Hampel, que Hans Fallada empleó en su novela Solo en Berlín.