La velocidad y el vértigo de vivir o el cruzarse de brazos y abrazarse a la nada. El comecome de José Luis que se devana los sesos con los haceres y quehaceres que no lleva a cabo, hasta que sale al mundo exterior a exprimir las ubres de la vida y conoce a activistas, hortelanos, eruditas, perros, camareros; a través de ellos supura la vida y José Luis se empapa de todo ellos en un continuo hablar que es homenaje al lenguaje, a la palabra precisa; voluptuosidad en el hablar que no oculta la inteligencia ahormada al humor, la perplejidad y el asombro hacia el mundo; mirador desde el que contemplar el milagro de la vida. Y Luis Bermejo lo aborda, bordándolo.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.