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Por las faldas del Midi d'Ossau

 


Olvida las más de nueve horas de coche (ida y vuelta), las luces rojas traseras de otros vehículos, los continuos embotellamientos, el colapso en las carreteras, el juego del embrague y el acelerador y deja la mente en blanco, para trasladarte al Col de Pourtalet, a las montañas blancas, inmaculadas; al mundo recién creado y a estrenar. No serás el Adán con hoja de higuera del Génesis, sino un montañero bien equipado para hacer frente al frío y la nieve. Mira tus pies. No sabes dónde acaban los pies y empiezan las raquetas. Sigues las huellas que van dejando otros excursionistas.

El grupo tiene hoy hechuras de manifestación: más de dos docenas de almas jubilosas hollando la nieve. El silencio es total, pleno, rotundo. Solo oyes el triscar de la roseta en los bastones sobre la nieve. Sientes la velocidad cuando ves bajar esquiadores que te esquivan como si fueras un poste. Perros que te superan briosos sin necesidad de raquetas. 

Como un azucarillo el grupo se disgrega. Pero la ruta continúa a paso de costalero. Los Picos Canal Roya y el Pico Baguer los verás luego en fotos, no así el Midi d'Ossau, centinela o faro en el mar blanco. Sentirás, no obstante, toda la belleza que te rodea; el mucho bien que te hace la disciplina de la montaña y el examen al que te somete. Sentirás la mirada ebria por la pureza que manifiesta la nieve, velando el arroyo, al cruzar el puente. Nieve inmaculada a la ida, y convertida en un pentagrama desordenado a tu regreso, ya camino del coche.

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