Cuando cae el otoño, de François Ozón, es un buen ejemplo de cómo hacer una película interesante con muy pocos mimbres. La conflictiva relación entre una mujer y su madre, una muerte sospechosa, un pasado que regresa sin dar zarpazos, el incólume cariño de una abuela hacia su nieto, la posibilidad de un futuro y asimismo de corregir destinos aciagos, aun teniendo que hacer la vista gorda. Cae el otoño y las hojas. Se apaga la naturaleza, también la humana. Sobre el lecho de hojas yacerá también ella, en un apagarse envidiable por natural, incruento y pacífico. Fluye la vida.