Camina
por la calle, deambula, flanea, viento en popa a toda vela, la quilla el
calzado, -náuticos gastados- hasta desubicarse. Achica los ojos. Alrededor
edificios clónicos de una ciudad que lo ha parido con alopecia y miope. El
desamparo es la periferia, el extrarradio, las afueras. Mira el nombre de la
calle. Un pintor, un conquistador, una poetisa ¿importan a alguien? No hay
locales ni bares ni panaderías ni guarderías. Sí una parada de autobús. Monta
en el primero que llega. Eléctrico. No sabe adónde va. No importa. La angustia
ya está en su interior. Y no piensa dejarla salir.