Una figura frente al espejo. Un
rostro. El resto poco más que ropa deslucida, arrugada, en el cuerpo magro
propio de un espantapájaros, olvidado de las aves. Caminos del olvido son las
profundas arrugas en el rostro de este espectador de sí mismo, mojones
horizontales que deslindan pasado y futuro. Cauce seco, la piel ajada ante el
cristal. La memoria del agua vendría con las primeras lágrimas. Un llorar sin
principio y sin final. No ha lugar. Un llorar que lo barrería del espejo, de sí
mismo. Una placenta imposible, capaz de volver a albergarlo. Lluvia que todo lo
borraría.