¿Qué sería Roma para el viajero sin sus innumerables fuentes, diseminadas por toda la ciudad, brindando auxilio cuando aprieta la sed y hace mella el calor, incluso a finales de septiembre? Agua fresca que brota de manera ininterrumpida desde los caños. Un alivio para el bolsillo y un beneficio para tantísimos turistas y ciudadanos. Porque además, el agua de las fuentes está buenísima. Agua que llega a las mismas desde los acueductos todavía en uso. De esta manera el legado romano cobra todo su esplendor. Basta observar la inscripción ahora tan de moda y antaño acuñada en las monedas: S.P.Q.R.
Envidias el fluido volar de los buitres, la ligereza de las cabras montesas en la cima, a las jóvenes amazonas vascas que te rebasan; mientras, tú, con tus pesados pies y el corazón tan acelerado, camino de la cumbre. Lo logras. Abajo Durango, el mar al fondo. Pero el viento, la posible lluvia, la concurrencia; todo anima al descenso. ¿Ves el hilo de tierra pegada a la roca? El magro camino que te abocará luego al bosque. Manzanas, nueces, castañas entre la tierra húmeda. Observas cómo en la tapia, sin tierra, brotan las margaritas. Siempre logra la vida abrirse paso.